"Los mercados no se autorregulan ya que están regidos por personas y las personas son muchas veces animales irracionales. El idealizado mercado libre es un invento que nunca ha existido y nunca existirá. Suele ser en los mercados financieros, por el papel creciente del sistema crediticio en cualquier economía moderna, en los que se observan los primeros síntomas de los colapsos. (...)
¿Por qué la mayoría de los economistas no lo previó? Ello se debió, sobre todo, al contexto asfixiante en el que trabajaban, en el que, en cuanto se salían de la norma, eran considerados heterodoxos y marginados del corazón de los departamentos universitarios, servicios de estudios, conferencias, seminarios y empresas. Así nació el pensamiento único. Lo desarrolla John Lanchester, en un ensayo titulado muy expresivamente ¡Huy!: la Gran Recesión fue el resultado del clima dominante que siguió a la victoria del mundo capitalista sobre el comunismo tras la caída del muro de Berlín; con el final de la guerra fría disminuyó de manera ostensible el capital político de la idea de igualdad y justicia. Muchos bancos, exentos del miedo de un sistema alternativo, trataron la irresponsabilidad financiera como si fuera una materia prima, un recurso natural; el dinero barato fluía por doquier, casi diariamente recibíamos llamadas telefónicas no solicitadas de entidades de crédito y cartas con solicitudes de crédito precumplimentadas. ¿Se acuerdan? El libre mercado dejó de ser una manera de ordenar el mundo sometida a discusión para convertirse en un artículo de fe, en una creencia casi mística. (...)
Pero conviene recuperar la obra de Hyman Minsky, un economista americano que defendió en el desierto que el capitalismo es intrínsecamente inestable y que la fuente principal de esa inestabilidad son las acciones irresponsables de los banqueros, operadores de Bolsa y otras personas del mundo financiero. Decía Minsky que si el Gobierno dejase de regular con eficacia el sector financiero, el sistema estaría sujeto a derrumbes periódicos, algunos de los cuales podrían arrojar a toda la economía hacia recesiones prolongadas. (..)
Declaraba Keynes en 1933: "El decadente capitalismo internacional, individualista, en cuyas manos nos encontramos después de la guerra no es inteligente, no es bello, no es justo, no es virtuoso y no satisface las necesidades. En resumen, nos desagrada y comenzamos a despreciarlo. Pero cuando buscamos con qué reemplazarlo, nos miramos extremadamente confusos". Setenta y siete años después de esas palabras seguimos con idénticas incógnitas. Alguien dijo que el sistema necesita un infarto para que, si lo supera, afronte los desequilibrios y adopte un estilo de vida más saludable. El infarto ha llegado pero el capitalismo, en vez de protegerse, se ha dado de alta en el hospital y corre a festejarlo con un cartón de Marlboro, una botella de ginebra y un Big Mac con patatas fritas en la mano. El pesimismo de nuestros autores está basado en la sospecha de que no se hayan desprendido las lecciones necesarias ni se tenga la voluntad de corregir los abusos."
¿Por qué la mayoría de los economistas no lo previó? Ello se debió, sobre todo, al contexto asfixiante en el que trabajaban, en el que, en cuanto se salían de la norma, eran considerados heterodoxos y marginados del corazón de los departamentos universitarios, servicios de estudios, conferencias, seminarios y empresas. Así nació el pensamiento único. Lo desarrolla John Lanchester, en un ensayo titulado muy expresivamente ¡Huy!: la Gran Recesión fue el resultado del clima dominante que siguió a la victoria del mundo capitalista sobre el comunismo tras la caída del muro de Berlín; con el final de la guerra fría disminuyó de manera ostensible el capital político de la idea de igualdad y justicia. Muchos bancos, exentos del miedo de un sistema alternativo, trataron la irresponsabilidad financiera como si fuera una materia prima, un recurso natural; el dinero barato fluía por doquier, casi diariamente recibíamos llamadas telefónicas no solicitadas de entidades de crédito y cartas con solicitudes de crédito precumplimentadas. ¿Se acuerdan? El libre mercado dejó de ser una manera de ordenar el mundo sometida a discusión para convertirse en un artículo de fe, en una creencia casi mística. (...)
Pero conviene recuperar la obra de Hyman Minsky, un economista americano que defendió en el desierto que el capitalismo es intrínsecamente inestable y que la fuente principal de esa inestabilidad son las acciones irresponsables de los banqueros, operadores de Bolsa y otras personas del mundo financiero. Decía Minsky que si el Gobierno dejase de regular con eficacia el sector financiero, el sistema estaría sujeto a derrumbes periódicos, algunos de los cuales podrían arrojar a toda la economía hacia recesiones prolongadas. (..)
Declaraba Keynes en 1933: "El decadente capitalismo internacional, individualista, en cuyas manos nos encontramos después de la guerra no es inteligente, no es bello, no es justo, no es virtuoso y no satisface las necesidades. En resumen, nos desagrada y comenzamos a despreciarlo. Pero cuando buscamos con qué reemplazarlo, nos miramos extremadamente confusos". Setenta y siete años después de esas palabras seguimos con idénticas incógnitas. Alguien dijo que el sistema necesita un infarto para que, si lo supera, afronte los desequilibrios y adopte un estilo de vida más saludable. El infarto ha llegado pero el capitalismo, en vez de protegerse, se ha dado de alta en el hospital y corre a festejarlo con un cartón de Marlboro, una botella de ginebra y un Big Mac con patatas fritas en la mano. El pesimismo de nuestros autores está basado en la sospecha de que no se hayan desprendido las lecciones necesarias ni se tenga la voluntad de corregir los abusos."
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